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NOVEDAD
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La vida de los árboles
La madera es la parte fibrosa de las plantas, situada debajo de la corteza; particularmente, la de los árboles, según María Moliner. Ese pasado de vida distingue a la madera de otros materiales como el mármol o el granito. Madera, además, viene del latín ‘materia’. Era, literalmente, ‘la materia de los árboles’, y éstos, la ‘materia para la construcción’. Así la materia se convirtió en madera, en algo de lo que somos capaces de disponer. Ahora bien, no disponemos de la vida de los árboles, ella se nos escapa. La vida de los árboles nos es completamente extraña. La escultura de María Guallar le devuelve a la madera esa extrañeza, en su obra se lleva a cabo una recuperación de la vida, pero ya en otros términos. Lo que queda del árbol es su semilla, una enorme semilla africana en la que vemos abrirse un surco. ¿Un surco en la semilla? ¿No es este un juego de dobles? ¿A dónde irá a caer la semilla? Delirar, desvariar, era, también en latín, ‘apartarse del surco’. La semilla que cae fuera del surco, es un delirio. Aquí, en cambio, el delirio es el surco.
Una pieza de roble quemado exhibe el delirio del surco en forma definitiva. Origen es una prueba de por qué no hay otro origen que no sea ya el movimiento mismo del deseo. Y si el origen es el deseo, lo es en la medida en que no hay vida posible sin deseo. La estructura última de la materia del árbol se presenta ahora como tótem del deseo, como origen del hombre y de la mujer, pero ante todo como potencia de atracción plástica. Son maderas que uno quisiera poder tocar o acariciar, sentir en las manos –sería perfecto- la caída de las paredes en cada surco. Origen invita a la fascinación ante la imposibilidad del origen. Dentro del árbol hay madera, dentro de ella, semillas, y en las semillas, se dibujan hendiduras que son ahora labios, ahora el cauce de un río, que acaba en una catarata de reflejos destellantes.
Hay una erótica estable, la inmensidad detenida del mármol penetrando en la madera, repitiendo un acto que al mismo tiempo es extático, la temblorosa inmovilidad del éxtasis. Los círculos terminan en un orificio atravesado por un sable que se eleva desde el suelo para clavarse entre las paredes del agujero, que se mantiene abierto pero lleno de una dureza ajena y exterior. El cedro se deja atravesar por un colmillo que parece descansar en la pieza de madera. Pero el mármol también es atravesado; sobre una laja, nuevos surcos se trazan en la superficie lunar de mármol rosa. Persuasión es una invitación a dibujar sonrisas verticales, el movimiento más grácil sobre el cuerpo más rígido. María Guallar busca la repetición del origen natural de los cuerpos en la meticulosa insinuación de los pliegues de una piel femenina que parece no enfriarse jamás. El mármol rosa y la piedra, como el corazón de los árboles, también es capaz de arder.
Texto de Mariano Dorr.
ESTE LIBRO PUEDE CONSEGUIRSE A PEDIDO ESCRIBIENDO A MARIAGUALLAR@GMAIL.COM
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SERIE DE LAS LUNAS
En Luna Gris planteo la fragilidad como estructura. El sostén precario provoca una situación de incomodidad perceptiva. El acero pulido refleja una luz nacarada y misteriosa.
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BOTELLA AL MAR
Las botellas al mar son un último recurso de comunicación.
Nos traen un mensaje de un extraño y lejano lugar, es el llamado de un deseo que se mezcla con el nuestro.
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A VECES, EN EL TRECHO DE HUERTA...
A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.
Marosa Di Giorgio, "Historial de las violetas", 1965.
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“Regresaba
--¿Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”
Juan L. Ortiz